Hablar de oncología en 2020 es inseparable de la palabra “biomarcador” (BM).
Es imposible encontrar un oncólogo que no considere que la disponibilidad de BM útiles mejora la atención hacia nuestros pacientes tanto a nivel de control de enfermedad como, probablemente, calidad de vida.
Sin embargo, existen aún muchos interrogantes en este campo que, esperamos, se consigan despejar lo antes posible.
En primer lugar, en muchas ocasiones se confunden BM validados para su uso clínico con otros que están en proceso de incorporación. Es muy importante distinguir entre estos 2 grupos ya que puede afectar a la hora de tomar una decisión terapéutica o hablar con nuestro paciente sobre pronóstico. En este aspecto, las sociedades científicas han ido publicando algunas recomendaciones/consensos sobre su uso.
En segundo lugar, la falta de BM útiles en algunas patologías que hacen que el desarrollo de terapia efectivas se vea afectada. Esto es aún más importante cuando afecta a las denominadas patologías “huérfanas” (esos tumores de baja frecuencia, mal pronóstico y en el que la industria no tiene un interés especial). Debemos trabajar académicamente en la identificación de BM en estas patologías a la mayor brevedad posible.
En tercer lugar, la falta de Comités Moleculares que permitan discutir entre diferentes profesionales los hallazgos que se han detectado en una determinada muestra y su implicación en la decisión, por ejemplo, de solicitar un tratamiento fuera de indicación (con el impacto que eso conlleva en el paciente y en el sistema sanitario).
Por último, no puedo dejar de comentar la inequidad que vivimos en el acceso a este tipo de determinaciones en función de la calle en la que vivimos. Debemos seguir trabajando para que todos los pacientes puedan disponer de las mismas oportunidades diagnósticas y más aún cuando el impacto que puede tener esa determinación puede afectar a su supervivencia.
En conclusión, BM sí pero debemos seguir trabajando para mejorar su aplicabilidad en todos los escenarios posibles.